Los recuerdos del olvido La consola de mi abuela Adela Raúl Verá

En la casa de mi abuela Adela, en San Pascualito; había dos consolas. De joven mi madre y mi tía Carmelita (segunda madre) daban en renta una consola para fiestas, donde no se podía pagar marimba. Eran dos, una horizontal y grande con un cuadrante de más de 10 bandas para escuchar radios de onda corta, que prevalecía al fondo de la casa y poseía un mueble barnizado, elegante; en ella siempre había discos de los que sobraron de la empresa familiar de rentar consolas, esa casi no se usaba y creo que pocas veces salió a trabajar por lo incomodo de su traslado.

La segunda consola era cuadrada pequeña, como un frigo bar, negra, austera, con un mueble de barnizado de negro y escaso, esa tenía un bafle de esquina, que sonaba galán. Esa pequeña consola, era la de batalla iba de fiesta en fiesta en el Tuxtla de los años 50, entre sus discos se encontraban los de la Cuquita de los hermanos Narváez, los Ten Top, la Perla del Soconusco, la Poli, Los Rebeldes del Rock, Alberto Vázquez. También recuerdo los de un comediante argentino. Mi familia daba en renta estos paquidermos musicales cada fin de semana o en la infinidad de fiestas que se siguen celebrando en Tuxtla.  

Mi madre se ocupaba de poner discos para alegrar la casa, pero después yo tomé esa labor, ponerlos y quitarlos; además de ir a comprarlos, de modo que tomé control total del aparato, que se volvió algo natural y era parte de la cotidianidad de la pequeña casa de doña Adela, inmersa entre el ruido de la carpintería, mi consola, y la bulla de su clientela que abarrotaba su tienda.  

Cuando mi afición a la música fue creciendo y apareció el Rock, comenzó a sonar en la consola el Rock de Edgar Winter y sus Frankenstein, Bailando con el Diablo de Cosy Powell, y desde luego la Perla de Chiapas y Corona de Tapachula, La Bala de los Sonors. Para seguir el ritmo de la música armé, en un tapanco arriba de la carpintería de mi padre, una batería con las ollas de la cocina de mi madre y mi abuela. No fue hasta la cena de navidad cuando quisieron hacer algo diferente, que se dieron cuenta de sus faltantes. Bueno… hasta el “cuarto de maíz” lo use como cencerro para que mi rustica batería fuera lo más profesional posible . 

Un buen día que regresé de la primaria quería escuchar “Tutti frutti” de Elvis Presley, me fui al fondo de la casa y ya no encontré la vieja consola de doce bandas, ni mis discos. Mi abuela decidió, creo que, fastidiada de tanta música, tirarla por “vieja y estorbosa,” Llore toda la tarde por la inevitable perdida.  

Llegaron las grabadoras, en ellas ya se escuchaban casete y se podía grabar música de la radio, así que nos chutábamos programas enteros y el teléfono de la casa era usado de 6 P.M. en adelante para pedir las complacencias musicales que estaban de moda y que solo grabándolas las podíamos adquirir, grabar y regrabar casetes, poniendo un cinta masking tape en los orificios de seguridad se volvió deporte juvenil. 

En vísperas de estrenar la nueva casa, en la que cada uno tendría su propio cuarto, mi hermana Quenita quería que nos actualizáramos y que al nuevo espacio lleváramos muebles nuevos, más bien muebles, porque en la pequeña casa de la abuela Adela apenas si cabían los roperos y las camas.  Se compró un estéreo en Radio y televisión de Chiapas, de Don Chus Ruiz Blanco, en San Cristóbal, con casetera, ocupaba menos espacio, sonaba bien, pero nunca como mi vieja consola. Para esas fechas había desmantelado el viejo bafle y arme uno más pequeño al que alimentaba con la salida de audífonos de mi grabadora marca Panasonic.  

Un día en la secundaria, decidimos organizar una luz y sonido en la nueva casa que mis padres construían a media cuadra de la López Mateos, como ya no existía mi consola y su bafle, Juan Baños se ofreció a dar la de su abuelito don Eliecer Acebedo, abuelo también del Cicerón Aguilar y mi amigo Ángel baños, la consola de don Eliecer tenía un bafle con su propio amplificador de sonido, una maravilla. Pedí una camioneta a mis padres y fuimos por ella, el problema fue que, en la bailadera, un chamaco se recargó en ella para hacer una pirueta y le quebró una pata.  

La regresamos a escondidas de don Eliecer y le pusimos un ladrillo, para que el bafle no quedara cholenco,  cuando el viejo se dio cuenta comenzó la  regañada y los reclamos a Juan que le decía  “donde yo vea a ese cabrón de tú compinche le voy a reclamar por desobligado, no es como su papá Pedro o mi Compadre José Ángel, ellos si fueron responsables y trabajadores”   Don Eliecer, viejo joyero, hombre de más de 1.80 fue compadre de mi abuelo José y le daba trabajó a mi padre para reparar los muebles de su joyería que se ubicaba  en la 7ª Ote. Sur, atrás del ICACH.   

Hace unos días que fui a rasurarme en la peluquería “Tonos”, el maestro Tono Ramos, miembro de una vieja estirpe de peluqueros coletos. Su abuelo rasuró al General Cárdenas en su visita a San Cristóbal, y cuenta la leyenda que cada vez que venía a ver a una novia que acá tenía, eso claro que, a escondidas, se rasuraba con su abuelo. Entre tijerazo y tijerazo, el maestro me ofreció una consola: “en perfecto estado maestro y por ser para usted le hago un descuento” así que pasamos al pasillo de su casa y ahí estaban tres ejemplares de estos paquidermos musicales. Sin dudarlo arreglamos el precio y ahí está luciendo y sonando galán haciendo retumbar el adobe de la casa de la Bisabuela Zeferina.  

Soy afortunado al recuperar esta vieja paquiderma musical, (según los cánones del leguaje inclusivo y con equidad de genero), robusta, con un barniz negro cristalizado, y en perfecto estado, su tecnología está impecable y de vuelta nos está dando alegría, porque ahora mi hija Carolina escucha mis viejos LP de Rock, Jazz, clásica y desde luego marimba.

en 2021 se cumplen 30 años de la producción del documental capusbovence del mar, basado en la obra del poeta joaquín vásquez aguilar, «quincho»

En 1991 se produjo el documental Capusbovence del Mar, poesía de Joaquín Vásquez Aguilar, QUincho. en el 2021 se cumplen 30 años de su realización.

Video documental sobre el poeta chiapaneco Efraín Bartolomé. Grabado en la Selva Lacandona. Realización Raúl Vera- Luis Fernández.

VIDEO DOCUMENTAL SOBRE EL POETA CHIAPANECO EFRAÍN BARTOLOMÉ. GRABADO EN LA SELVA LACANDONA. REALIZACIÓN RAUL VERA- LUIS FERNÁNDEZ.

Orígenes profundamente católicos y no prehispánicos, la fiesta de día de muertos.INAH.

A un cuarto de siglo del Taller de Estudios sobre la Muerte

*** El altar de muertos, las calaveras azucaradas y los panes con forma de hueso, tradiciones que provienen del medioevo católico europeo

*** Los festejos del primero y dos de noviembre no provienen del mundo indígena ni de la tradición prehispánica

Trazar un camino de flores de cempasúchil. Colocar tamales, pulque y camote en las ofrendas. Adornar papel picado con calaveras, flores y otros motivos tradicionales. Comer dulces de azúcar en forma de cráneos o panes con forma de cadáveres, son costumbres de las fiestas de Días de Muertos y nos remiten, indudablemente, a la cultura prehispánica con sus tzompantli llenos de calaveras, el mes de su calendario dedicado a los muertos y su absoluta despreocupación por la muerte como lo demuestran los sacrificios y las guerras floridas.

No obstante, todos estos elementos no son una invención de la cultura mexicana, así como tampoco las ofrendas que se colocan en la madrugada del día primero de noviembre. Provienen, más bien, de la Europa medieval y son costumbres católicas y profundamente jesuitas, incluso de raigambre romana. Pero de ninguna manera, como se nos quiere hacer creer, representan resabios de la cultura indígena mexicana.

La aclaración corre a cargo de la historiadora, la doctora Elsa Malvido, de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, quien puntualiza que al iniciar sus trabajos sobre demografía histórica en los archivos parroquiales del periodo colonial en el Proyecto Cholula del IINAH, muy pronto se vio estudiando epidemiología y enfermedades infecto-contagiosas que le llevaron a la siguiente conclusión: Hasta 1950 el desarrollo de las poblaciones estaba directamente relacionado con la muerte, las pandemias, las epidemias y las endemias, es decir de qué y cómo fallece la gente.

Las fiestas de Todos los Santos y de Fieles Difuntos, prosigue, son rituales que se inventaron en la Francia del siglo X por el Abad de Cluny, quien decidió rescatar la celebración en honor de los macabeos, familia de patriotas judíos reconocidos como mártires en el santoral católico, el día dos de noviembre y dispuso el día anterior para celebrar a los santos y mártires anónimos, aquellos que no poseen nombre ni apellido, ni celebración en el calendario ritual católico.

En ese día de Todos los Santos, por cierto, se disponía en el templo de un inmenso altar en el que se exhibía el ara, es decir las reliquias de personajes santos que cada iglesia poseía en sus altares, bien fuera huesos, cráneos u otros restos, la tierra donde fueron enterrados o una parte de la ropa que portaban.

Las reliquias y el relicario eran considerados intermediarios del hombre ante Dios, pues se podía negociar clemencia para que el cuerpo o el alma no fueran tan castigados. Es por ello que en México, mientras los indios eran enterrados en el atrio, la parte más barata, los acaudalados eran inhumados cerca del altar mayor, del ara, para asegurar una intercesión divina para la salvación de su alma.

Precisamente por ello, en la fiesta de Todos Santos, los católicos recorrían la mayor cantidad posible de altares, iglesia por iglesia, para ganar indulgencias. Iban anotando cuántas reliquias visitaban para, al final, calcular los años de perdón obtenidos. Y antes de entrar al punto final, la Catedral Metropolitana , los feligreses compraban un pan o un dulce de azúcar con forma de reliquia, mismos que el cura bendecía y que finalmente colocaban en casa en una mesa junto con el santo familiar y frutas variadas.

Ese es el origen del altar de muertos, mismo que se acostumbra en Argentina, en Chile, en Perú. E incluso en Sicilia, Italia, donde además de colocarse el altar de muertos, se tiene la creencia que los parientes visitan el hogar y traen juguetes para los niños, una tradición religiosa que proviene de una antigua tradición romana. En el norte de España, en Galicia, en la cena del 31 de diciembre, la comida se deja en la mesa para que vengan los parientes a comer, lo que también es una tradición romana incluso más antigua que la anterior. Y estos son ejemplos que Malvido ha presenciado personalmente.

“Seguir pensando que es una tradición de origen prehispánico significa que no entendimos nada, puesto que es profundamente romano”, afirma categórica y este fenómeno puede hallarse en todo el mundo europeo, en estas fechas las dulcerías venden calaveras y panes con forma de hueso de Todos Santos. Incluso podemos comprobar que las calaveras dulces tienen una coronita y una flor, similares a las reliquias de cráneos que se exponen en la Catedral Metropolitana el primero de noviembre.

“En Venezuela he visto el Altar de los Santos en la Universidad de Carabobo, una mesa gigante llena de santos pintados, en escultura, en papel, cartón, cerámica, incluso algunos no reconocidos por la Iglesia Católica , sino provenientes de devociones populares”, insiste.

En opinión de la investigadora, quienes inventaron la leyenda de que esta celebración era prehispánica, fueron los intelectuales de los años 30, sin embargo, los pensadores decimonónicos tenían mucho más claro este fenómeno como los escritores Ignacio Manuel Altamirano y Antonio García Cubas, por ejemplo.

La velación, una costumbre reciente

El permanecer en vela en los panteones para aguardar el día primero, tampoco es una celebración prehispánica, insiste Malvido. Los fieles solían pernoctar el día que Cristo es crucificado y velar su cuerpo, y lo mismo hacían con sus familiares fallecidos, el día que los enterraban así como al cumplirse un año del fallecimiento y también los días de fieles difuntos. Así que cuando las Leyes de Reforma retiraron los panteones de las iglesias y los volvieron cementerios civiles, esa tradición y la verbena, se trasladó a estos sitios.

Curiosamente, la tradición comenzó en las tumbas de los ricos, que eran vestidas con encajes y mantones, adornados con porta velas y candelabros de oro y plata. Durante la noche, los criados permanecían ahí para custodiar las tumbas. La gente acudía a los panteones a visitar estas tumbas adornadas y a pasear a sus hijas vestidas elegantemente –para buscarles marido bien acomodado–; luego, cada quien comenzó a adornar, de acuerdo a sus posibilidades sus propias tumbas familiares. De ahí comenzó la tradición de visitar y pernoctar en los panteones la noche del día primero de noviembre.

Un cuarto de siglo

Hace 25 años, la doctora Malvido fundó el Taller de Estudios sobre la Muerte , que hasta la fecha funciona con sesiones quincenales. Todo comenzó, rememora, con el congreso Así estudiamos la muerte hoy, realizado en el Museo Nacional de Antropología y que fue el antecedente directo del taller. Hace una década se realizó un segundo congreso, El cuerpo humano y su tratamiento mortuorio que se publicó y ahora es un libro de texto de varias especialidades.

Durante estos 25 años, por el taller han pasado expertos de casi todas las ramas del conocimiento humano, advierte, por lo que se han presentado una gran diversidad de trabajos y disciplinas, pues además de arqueólogos, antropólogos e historiadores, han acudido médicos, literatos, poetas, editores, ingenieros, periodistas y muchos otros especialistas. “No hay especialidad que no toque la muerte”, resume.

Las dos reflexiones más importantes que han surgido del taller han sido, primero, la de demostrar que las fiestas del primero y dos de noviembre, son de origen católico y fueron establecidas desde el siglo X, desmitificando de este modo, la reinvención política y antropológica que afirma que provienen de los días de muertos prehispánicos.

La segunda conclusión, no menos trascendente, es la de entender que el animal humano es uno y el mismo universalmente y que por cierta característica de temor realiza rituales con la esperanza de alcanzar la vida después de la muerte, guardar la memoria de sus ancestros e intentar que sus existencias no se borren.

El Taller de Estudios sobre la Muerte realiza conferencias todos los miércoles a las 11:00 horas en el auditorio Wigberto Jiménez Moreno de la Dirección de Estudios Históricos del INAH, ubicado en Allende 172 esquina Juárez, Tlalpan Centro.

Para mayores informes: 5061 9300 ext. 126 o al correo electrónico: lsantos.deh@inah.gob.mx y a la página Internet: http://www.estudioshistoricos.inah.gob.mx

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar